La bomba atómica de plutonio es del tamaño de una pelota de tenis: se rodea la masa fisionable de explosivos convencionales como el RDX especialmente diseñados para comprimir el plutonio.
La primera bomba atómica de hidrógeno se hizo estallar en Eniwetok (atolón de las Islas Marshall) el 1 de noviembre de 1952 con marcados efectos en el ecosistema de la región.
Sabías qué en 2008, el ex militar estadounidense, Jim Brown, ingeniero de cuarto grado que combatió en la Operación Tormenta del Desierto de la primera Guerra del Golfo, acusó a la Administración de EE.UU. de haber lanzado una bomba nuclear de penetración de cinco kilotones de potencia, en una zona situada entre Basora y la frontera con Irán, el 27 de febrero de 1991, último día del conflicto.
En los años cincuenta y sesenta, más o menos cuando salían los primeros cómics de superhumanos con poderes radioactivos, decir “atómico” era equivalente al “ecológico” de hoy, le daba un prestigio inherente a cualquier producto que se nos ocurriera promocionar, como las aspiradoras nucleares. Se veía en dicho tipo de energía al elixir del milenio que nos conduciría irremediablemente al futuro.
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